Inmigrante de mi tren
No tiene mucha ciencia. La vida es un tren, o
nosotros somos los trenes, no sé, pero el caso es que vamos caminando así por
vías largas, largas que no sabemos hacia donde nos llevan. Nacemos siendo un
pequeño vagón y al paso de los años el número de vagones crece junto con las
experiencias, los conocimientos, las vivencias y las vamos guardando ahí para
después hacer uso de ellas.
Pero eso no es todo lo que nuestro tren carga,
pues lo que en realidad da vida a nuestro tren son las personas que van
subiendo a él. Y hay diferentes tipos de
pasajeros pues hay algunos que tú decides subir y hasta les haces una
invitación súper VIP con letras de oro, en papel especial y te sientes
realmente honrado de que pasen, conozcan tu tren y se queden ahí por mucho
tiempo. Existen otros viajeros, que a pesar de que también fueron invitados, al
estar arriba deciden bajarse. Otros, tú eres el que decide bajar y casi casi
sin parar solo les abres la puerta y los lanzas al precipicio sin importar
nada. Al fin y al cabo ya estaban haciendo demasiado desorden en tu bello tren y
no ayudaban ni a limpiar. Sin embargo, también existen los pasajeros que son
como inmigrantes, así como esos que vemos de repente correr al lado de “La
bestia” y que se suben así, rápido, para que nadie se dé cuenta que de la nada
ya están trepados en el techo, viajando junto con todos los demás pasajeros que
ya estaban contemplados en el tren.

Muchas fueron las ocasiones en las que quise
bajarte, detener tu viaje en seco, que ya no estuvieras más caminando por los
pasillos, que dejaras de rayar las paredes con tu esencia, que ya no siguieras
descubriendo qué es lo que yo guardaba en los demás vagones. Pero no pude.
Porque desde siempre supe que este viaje tenía fecha de caducidad. Que sólo
duraría unos meses y que después, aún en contra de la voluntad tuya, mía, de México
entero; tendrías que bajarte, tendrías que regresar a subirte de nuevo a
aquellos trenes que dejaste en la espera de tu llegada. Y por eso acepté,
acepté aguantar hasta el final. Y no me arrepiento en lo más mínimo porque al
día de hoy, que estamos a punto de llegar a la estación en dónde tengo que
detenerme a despedir a varios pasajeros (entre ellos tú), ya me has dejado un vagón repleto, ese vagón que
con un grafiti verde quiero pintarle tu nombre, para que nadie más pueda entrar
ahí.
Estoy convencida de que las cosas llegan justo
en el momento que deben ser. No antes, no después. Todo tiene su momento y yo
sólo puedo decir que me encantó viajar contigo. ¡GRACIAS!
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