Te dejo, te guardo. Me voy.
El amor es un paso.
El adiós debe ser otro
y ambos deben ser firmes
Con los sentimientos a flor de
piel escribo y me confirmo lo que más temía: no te he superado. Duele. Y duele
más de lo que pensé, no te había dejado ir, estaba queriendo caminar pero sin
moverme en realidad. Me siento como cuando jugaba “stop” de peque y no tenía
que moverme ni un centímetro, pero aún así caminaba dejando la puntita de mi
pie en dónde se tenía que quedar.
Es desgastante vivir así, porque
estoy atorada, pero también estoy segura que ha habido ocasiones en las que he
salido del círculo negro y al sentirme frágil, regreso. Me quedo. Me agarro fuerte de algo que ya
no es, que ya no está, y que aún sabiendo eso, vuelvo.
El problema es sentirte mío, es
sentirme aún tuya.
Hoy me duelo al romper el
círculo. Al darme cuenta que esto no es lo que quiero y de lo difícil que será. Sin embargo, me
siento lo suficientemente capaz de decir ¡BASTA! Y darle a Claudia lo mejor,
porque ella se lo merece. Ha fallado, pero lo merece.
Con convicción hoy decreto que ya no actuaré para hacerte
feliz o hacerte molestar, que cuando tus recuerdos vengan a mí, sonreiré y
continuaré lo que hacía. Hoy estoy segura que lo que hagas o dejes de hacer no
alterará mis sentidos, porque desde hoy te suelto, te dejo ir. Te digo adiós.
Hoy hago párrafos cortos para no extender lo que siento,
para no dar entrada a lo vivido. Porque también declaro que la nostalgia me
carcome, y lo lleva haciendo por semanas. Que estas fechas tú sabes qué tienen
que no me dejan guardarte en ese baúl que espera ansioso por ti.
Hoy me separo de tu fantasma, porque lo que no es evolución,
solo sirve de involución y ya no más de eso. Me perdono y te perdono a ti. Te
agradezco y le agradezco a la vida. Sólo espero que seas muy feliz. Adiós.
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